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Theory of Knowledge

De como interpretar el argumento del sueno

Mauricio Zuluaga
Universidad del Valle
rasaro@trauco.colomsat.co

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ABSTRACT: Generalmente se ha asumido que el argumento escéptico del sueño señala la imposibilidad de determinar si se está dormido o despierto. En esta ponencia quiero mostrar que tal interpretación es errada y que lo que el argumento del sueño ataca es la estructura causal de la percepción, comprometiendo al escéptico con el realismo y el fundacionismo. Si se comparten estos compromisos con el escéptico con el realismo y el fundacionismo. Si se comparten estos compromisos con el escéptico, no habrá manera de refutarlo; si se quiere lograr esto, será necesario evadir los compromisos con el riesgo de abandonar la forma clásica de entender el conocimiento.

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Aunque Moore intente probar la existencia de objetos externos levantando ambas manos, diciendo que él sabe que existen y demostrando que sabe que está despierto, Èl no puede satisfacer al escéptico quien ve en el conocimiento sensible un genuino problema filosófico. Casi todos concordamos en que la respuesta de Moore al escéptico no es satisfactoria, pero surge inmediatamente la pregunta de por qué no lo es (Cfr., Ayer, 1954) , (1) ¿Qué hay de específico en la pregunta del escéptico?

El objetivo de esta ponencia es el de investigar qué es lo específico en la pregunta del escéptico que impide una respuesta como la de Moore: argumentaré que la respuesta de Moore no puede satisfacer al escéptico porque su pregunta tiene compromisos realistas y fundacionistas.

Como es sabido, el escepticismo moderno nace a partir de la exigencia cartesiana de saber si se está despierto: si yo no puedo saber que estoy despierto no sé nada del mundo circundante; no puedo saber, por ejemplo, que estoy sentado frente al fuego, con un papel en la mano. La hipótesis cartesiana del sueño se ha interpretado generalmente como aquella que, mostrando la imposibilidad de distinguir entre sueño y vigilia, concluye que no podemos tener ningún conocimiento del mundo circundante, que ni siquiera podemos saber si existe o no. Moore comparte esta interpretación de la hipótesis: según él, para saber algo del mundo circundante (i.e., «sé con certeza que estoy de pie») es indispensable saber si se está despierto o dormido. (Cfr., Moore, 1959, p. 248-9).

Así interpretado, el argumento del sueño señala que es imposible determinar la verdad de proposiciones perceptuales como «sé que estoy sentado frente al fuego» o «he aquí una mano», en virtud de que en tales casos es imposible satisfacer la exigencia de saber que se está despierto. Y esto es, en consecuencia, una condición necesaria ñaunque no suficienteñ para saber algo del mundo circundante.

Ahora bien, en mi opinión, el argumento cartesiano es mucho m·s radical pues mostraría la imposibilidad de establecer un vínculo causal entre nuestras representaciones mentales – ideas – y el mundo; y, por lo tanto, aquellos que interpretan la preocupación escéptica como la dificultad – acaso insalvable – de determinar si se está soñando o no, toman el argumento cartesiano de forma demasiado literal.

El argumento del sueño, más que señalar que es posible que siempre estemos soñando, lo que hace es mostrar que el vínculo causal entre nuestras creencias y lo que el mundo es puede ser completamente distinto de como creemos que es. El punto es que la diferencia que el argumento escéptico de Descartes establece entre vigilia y sueño es concerniente a causas (Cfr., Wright, 1991, pp. 90 y ss) y, en este sentido, la metáfora del sueño sólo ayuda a hacerlo más dram·tico, sería un 'experimento mental,' veamos por qué.

Una característica de lo que nosotros llamamos sueño es la de que el contenido de una experiencia perceptual durante él es primordialmente causado por medios disociados de los eventos comunes en el entorno cotidiano perceptible del sujeto. Es decir, en un sueño el entorno del sujeto soñador no desempeña ninguna función importante en el contenido de su experiencia perceptual. Naturalmente, es posible que alguien sueñe que está lloviendo, por ejemplo, dado que durante el sueño percibe ciertos ruidos en la ventana ocasionados por lo que se quiera; pero el contenido de su experiencia perceptual, aunque inducido por el ruido de la ventana, no tiene una relación necesaria con el entorno cotidiano. Por el contrario, una experiencia de vigilia sólo cuenta como tal si alguna de las causas de su contenido son cosas o estados de cosas del entorno perceptivo. Lo que se percibe durante la vigilia es, en algún sentido, causado por hechos que se dan en la realidad; esto no equivale a afirmar que existe una semejanza entre el contenido de una experiencia perceptual y el objeto que se supone debe causarla; lo único que afirmo, por el momento, es que cuando alguien dice, durante la vigilia y en condiciones perceptuales óptimas, «veo una hoja de papel pero no es el caso que una hoja de papel sea una de las causas de mi experiencia visual» se está contradiciendo.

Así, una experiencia de sueño, o lo que com?nmente llamamos sueño, está constituida por elementos disociados del entorno; por lo tanto, al soñar se carece de cualquier relación con aquello que sucede alrededor, aun cuando lo que se sueñe sea idéntico con lo que acontece en la realidad. En conclusión, la diferencia entre sueño y vigilia está enmarcada en una distinción concerniente al origen causal de las experiencias perceptuales; en el sueño la experiencia perceptual no tiene un origen causal en el mundo real y lo que el argumento del escéptico dice es que es necesario que se pueda establecer el origen causal de una experiencia perceptual, y lo que su conclusión señala es que tal origen no puede establecerse.

La diferencia entre sueño y vigilia que he intentado caracterizar se apoya en dos presupuestos básicos que son asumidos por Descartes y los empiristas clásicos. El primero tiene que ver con una concepción causal de la percepción, según la cual:

Para toda persona S y todo objeto material M, S percibe a M solamente si M es una causa de la experiencia perceptual de S. (Cfr., Dicker, 1993, pp. 29 y ss).

El segundo elemento, derivado del anterior, es el de la preeminencia del dato sensorial sobre lo dado. Este elemento puede ser enunciado (siguiendo a Austin) así: 'Nunca vemos o por lo demás percibimos (o ësentimosí), o en cualquier caso nunca percibimos o sentimos directamente objetos materiales (o cosas materiales), sino sólo datos sensoriales (o nuestras propias ideas, impresiones, sensa, percepciones sensoriales, perceptos, etc.)' (Austin, 1981, p. 42), y estos datos sensoriales son causados por algo.

Ambos elementos son ciertamente muy problemáticos, pero si se asumen conducen a la conclusión escéptica. De esta manera, lo que la hipótesis del escéptico muestra es la imposibilidad de determinar el origen causal de una percepción determinada ya que sólo contamos con lo inmediatamente dado. Lo que el argumento muestra es la dificultad para pasar de lo que nos es dado en la percepción a lo que supuestamente debió causarlo. Esto significa que el conocimiento perceptual de que p bien pudo producirse durante un sueño y lo que tenemos es un no conocimiento de que p. Cuando Moore dice que un argumento que se emplea para señalar la imposibilidad de saber algo del mundo circundante apela a la posibilidad de que él, muy a su pesar, esté soñando, lo que está diciendo es que alguien (quizá un testarudo escéptico) considera como probable que Moore desconozca el origen causal de su experiencia perceptual, aunque levante y agite ambas manos. De la misma forma, si Moore puede saber, por algún medio, que no está soñando (i.e., si puede saber cuál sea el origen causal de su experiencia perceptual), entonces sabrá que su experiencia perceptual ha sido causada por objetos en su entorno determinante, aunque mueva sólo levemente su dedo.

Así, se revelan tres elementos fundamentales (Cfr., Bieri, 1989) en todo argumento escéptico que cuestione nuestro conocimiento del mundo externo: (1) Existe una independencia constitutiva entre lo que creemos y la causa de nuestra creencia; (2) nosotros podríamos estar en la situación de creer que p y, sin embargo, que p no sea el caso. (1) y (2) manifiestan un aspecto central dentro de toda hipótesis escéptica: existe una independencia entre nuestras creencias y nuestro entorno objetivo y, dado que no existe ninguna relación entre lo que se cree y la causa de la creencia, entonces es posible que lo que creemos sea falso. Entornos objetivos distintos pueden provocar (y provocan) creencias cualitativamente idénticas y, desde ellas, es imposible determinar el entorno que las provoca. En terminología contemporánea podemos decir que estados mentales idénticos pueden originarse a partir de entornos objetivos distintos, sin que podamos determinar cuál entorno los provocó.

Si nuestra creencia de que estamos sentados frente al fuego con un papel en la mano es independiente de lo que he llamado nuestro entorno objetivo, (i.e., del hecho de que realmente estemos sentados frente al fuego) entonces es posible que estemos soñando (que nuestro entorno objetivo sea distinto) y que nuestras creencias sean cualitativamente idénticas. Así, una tercera característica sería: (3) dado que entornos objetivos distintos pueden provocar creencias idénticas, entonces ningún entorno objetivo puede confirmar ni negar nuestras creencias. Si todas nuestras creencias carecen de conexión con lo que es el caso, entonces, es obvio, no podemos usar ningún contenido empírico para confirmarlas (ni para refutarlas). Por lo tanto, las hipótesis escépticas son irrefutables empíricamente y, por lo tanto, los intentos de Moore por encontrar una prueba inductiva en contra del escéptico son infructuosos. Estas tres características constituyen, en mi opinión, los elementos fundamentales de todo argumento escéptico que niega la posibilidad del conocimiento sensible.

En conclusión, que para refutar al escéptico no baste con señalar, vehementemente si se quiere, que yo sé que estoy despierto, no significa que la pregunta del escéptico no contenga un fuerte compromiso realista y fundacionista que es el que ahora analizaré.

En efecto, la exigencia de saber que se está despierto, es decir, la de establecer el origen causal de todo contenido perceptual, puede ser interpretada de dos formas: la primera, que sería algo totalmente inútil para el escéptico; la otra, daría al escéptico la ventaja argumentativa que necesita, pero comprometiéndolo con alguna suerte de fundacionismo.

En la primera lectura se señalaría que es evidente, desde el sentido común, que el conocimiento perceptual de p es incompatible con la posibilidad de estar soñando que p. Sin embargo, esto no implica que debamos conocer algo previo para poder tener algún conocimiento del mundo; es más, dado que a menudo llegamos a conocer cosas acerca del mundo, a menudo también sabemos que no estamos solamente soñando – i.e., a menudo llegamos a saber que el contenido de una experiencia perceptual fue ocasionado por algo en el mundo externo–, así podríamos estar de acuerdo con Wittgenstein (Wittgenstein,1969), cuando dice:

¿En qué habría de consistir dudar ahora de que tengo dos manos? ¿Por qué no puedo ni siquiera imaginarlo? ¿Qué creería si no creyera eso? No tengo ningún sistema dentro del que pudiera darse la duda.

He llegado al fondo de mis convicciones.

Y casi podría decirse que este fundamento es sostenido por el resto del edificio.

Nos formamos una imagen falsa de la duda. (Wittgenstein, 1988, §§ 247, 248 y 249).

Pero, y aquí pasamos a la segunda lectura, los argumentos escépticos intentan hacer de la exigencia de saber que no se está soñando algo más que lo que acabamos de indicar. La toman para pedir que, si podemos adquirir conocimiento del mundo, debemos saber que no estamos soñando; esto es, debemos ser capaces de excluir la posibilidad del sueño en una forma que sea independiente de todo conocimiento del mundo para garantizar así que una experiencia perceptual determinada haya sido causada o provocada por el entorno objetivo que debería haberla causado.

De esta forma, la exigencia de saber que se está despierto es útil para el escéptico, pero sólo porque introduce una dependencia de todo el conocimiento sensible en un estrato más básico; el escéptico señala que dicho fundamento es inalcanzable, y esto puede significar que el conocimiento también lo sea.

De no ser porque aceptamos que la exigencia del escéptico es legítima (en una forma fuerte que presupone un fundacionismo), el descubrimiento cartesiano de que no existen marcas ni señas para distinguir un episodio de vigilia de uno de sueño fallaría, pues (como vimos en la primera lectura y como señala Wittgenstein: 'Que tengo dos manos es, en circunstancias normales, algo tan seguro como cualquier cosa que pudiera aducirse como evidencia al respecto.' (Wittgenstein, 1988, § 250)), si generalmente sabemos que no estamos soñando en virtud de lo que sabemos acerca del mundo, no habría razón para admitir que no pueda haber criterio para determinar si estamos soñando o no; no sería necesario ofrecer un fundamento adicional.

En este sentido, la conclusión escéptica a la que inevitablemente se ve abocado Descartes muestra que no hay forma de que el conocimiento de que no estamos soñando sea independiente de cualquier conocimiento del mundo; i.e., no hay un criterio meramente experiencial por el cual se excluya la posibilidad del sueño. Pero este descubrimiento no supone una amenaza para el conocimiento del mundo a menos que ya tengamos razones para pensar que tal conocimiento, por su misma naturaleza, siempre requiera ser fundamentado, como lo exige el escéptico. El descubrimiento cartesiano no sería tal a menos que hubiera sido establecido que el conocimiento del mundo se mantenga o se caiga dependiendo de la posibilidad de ofrecer algún fundamento, un fundamento que, en tal caso, ha de ser metafísico.

De esta manera, o renunciamos a cualquier pretensión de fundamento para el conocimiento y más que responder al desafío escéptico lo evitamos, o continuamos en la búsqueda desesperada de razones que en última instancia permitan garantizar el conocimiento humano, pero con la posibilidad de encontrarnos con el escéptico, por así decirlo, en cada esquina. Si la pregunta del escéptico es la de cómo podemos estar en posición de conocer cualquier cosa, él tendrá razón al considerar que no podemos contestarla apelando al conocimiento en cuestión. Tendríamos entonces que variar la pregunta epistemológica y con ella sus pretensiones, puesto que si tal pregunta es por la naturaleza, origen y límites del conocimiento humano, siempre se tendrá de compañía al escéptico. Si los requisitos que el escéptico y la epistemología tradicional piden para el conocimiento son correctos y se fracasa al intentar cumplirlos, creo que debemos concordar con aquel en que carecemos de cualquier conocimiento del mundo externo. Esta renuncia no significa simplemente que debamos aceptar, con un poco de perplejidad, la vergüenza de la filosofía y considerar la existencia del mundo externo como un acto de fe, como anota Kant; significa primordialmente que el propósito de alcanzar una comprensión mínima del conocimiento humano se encuentra cuestionado desde su inicio. No habría ningún criterio para poder decir que un tejido de creencias sea mejor que otro, y esto significaría la renuncia al ideal romántico de que conocer sea saber, poco a poco, más acerca de lo mismo. Nunca podremos saber más o menos, porque simplemente no hay cómo acercarse al verdadero conocimiento.

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Notes

(1) En la referencia bibliográfica el año corresponde a la primera edición en el idioma original y la página a la edición española, que aparece en la bibliografía a continuación de la primera edición original, en caso de que la hubiera; si no hay traduccin al español la referencia es a la paginación del original.

Bibliografía

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Wittgenstein, L. (1969): Über Gewissheit, Oxford, Basil Blackwell. Traducción: Sobre la certeza, Barcelona, Editorial Gedisa, 1988.

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