Espanol Spoken Here
Atrás quedó la época en que la mente de Leslie McConnell era una pizarra en blanco para el aprendizaje de idiomas. Ella tomó su última clase de español en la universidad y desde entonces ha realizado pequeños esfuerzos por continuar con el aprendizaje de la lengua. Pero hace poco, una noche, ella soñaba con conjugar verbos en español. “Por primera vez,” ella dice, “puedo decir honestamente que estoy aprendiendo un idioma. En el pasado sólo aprendía las cosas de memoria, por rutina.”

Instructora María Luisa Martínez, a la izquierda, con su estudiante Lashema Rivera
McConnell forma parte del insólito grupo de estudiantes que se reúnen cada miércoles en el salón comunitario en Campfield Garden, un complejo de viviendas subvencionadas en el barrio de Roxbury en Boston. Un grupo de voluntarios estudiantes graduados de la facultad de Artes y Ciencias imparten las clases que se componen generalmente por adultos, aunque también hay adolecentes y profesionales jóvenes en los grupos. Los estudiantes provienen de orígenes muy diversos: mayormente afroamericanos, pero también hispanos, irlandeses y lituanos. Todos ellos vienen a clase cada miércoles, no porque tengan que hacerlo, sino porque quieren ser capaces de comunicarse con los hispanohablantes con quien comparten sus vidas, o sólo por curiosidad intelectual.
“Sentía que necesitaba tomar la clase porque vivimos en una sociedad bilingüe y quiero ser capaz de comunicarme con más personas,” dice McConnell, trabajadora social en el Whittier Street Health Center en Roxbury. “Trabajo todos los días con gente que habla español y ahora intento hablarlo con ellos.”
La clase, que empezó en marzo del 2008, es creación de una alumna de BU, Jewelle Anderson (CFA’84). Profesora jubilada del sistema educativo de las escuelas públicas de Boston, Anderson ha hecho trabajo voluntario para la comunidad por muchos años. Ella decidió echar a andar el proyecto de las clases después de que varias personas que pertenecían al Women’s Service Club of Boston, donde en ese entonces ella ejercía el papel de vicepresidenta y en donde continúa participando como miembro muy activo, le dijeron que querían aprender español. El Club es una organización de servicio a la comunidad fundado para servir a las mujeres de raza negra.
“Tuve una estudiante de 80 años que siempre llegaba a la clase con un bastón. Ella tenía un buen sentido del humor acerca del proceso de aprender un segundo idioma a su edad. Me dejó impresionada.”
Con un presupuesto muy pequeño para la clase, Anderson sabía que necesitaba profesores que fueran voluntarios. Así que le llamó al profesor James Iffland del Department of Romance Studies, en ese tiempo jefe de la sección de español y ahora Chair del departamento, para ver si él podía recomendarle algunos estudiantes graduados que quisieran participar como voluntarios. “Yo sabía que BU tendría excelentes profesores,” ella explica. Iffland prometió enviar algunos de los mejores.

Estudiantes de español, (en el primer plano) Betty Lou McGuire con Juanita Jarrett
Él vio una oportunidad no sólo para ayudar a las personas mayores y a otros residentes locales, sino también para enriquecer la experiencia de los estudiantes graduados del Department of Romance Studies. “Parecía ser un proyecto perfecto para nuestros estudiantes en el que podían prestar un servicio a la comunidad,” dice Iffland. “Ello también les da a los estudiantes graduados la oportunidad de enseñar en un contexto muy diferente en el que han estado enseñando aquí en BU. Yo pienso que las universidades deberían llevar a cabo más actividades de este tipo.”
La clase despegó desde el principio. Veinte estudiantes asistieron al primer día atraídos por los folletos y los anuncios en el periódico que Anderson había publicado, y a los pocos meses, todos menos tres asistieron regularmente. Como los estudiantes y profesores se han conocido mutuamente, ha desarrollado una gran camaradería. El pasado diciembre los estudiantes organizaron una fiesta para celebrar el final del primer año juntos y para dar las gracias a los instructores: Megan Gibbons, María Luisa Martínez y Peter Mahoney.
Los tres instructores, compañeros quienes planean graduarse en el 2011 y piensan hacerse profesores de español, dicen que la experiencia ha ampliado su perspectiva de lo que el aprendizaje puede ser. “He ganado una continua valoración de que el aprendizaje es, o puede ser, un proceso permanente,” menciona Gibbons. “Tuve una estudiante de 80 años que siempre llegaba a la clase con un bastón. Ella tenía un buen sentido del humor acerca del proceso de aprender un segundo idioma a su edad. Me dejó impresionada.”
A Martínez le llamó la atención la conexión estrecha entre los alumnos de la clase. “Como extranjera en este país, gané una perspectiva nueva,” explica ella. “Me mostraron una parte de la cultura americana que nunca antes había conocido—más colaborativa, cálida y compleja. Guardaré para siempre esta nueva perspectiva.”
Intercambio Cultural

Estudiante de español Debra Anderson
Las hermanas Lashema Riviera de 15 años y Tatyanna McGuire de 21, fervientemente asisten a cada una de las clases de español impartidas por los estudiantes graduados. Ellas dicen que están tomando la clase de español para poder comunicarse más fácilmente con sus familiares hispanohablantes.
“Cuando era pequeña, yo hablaba español de forma fluida,” explica Rivera, cuyo padre es puertorriqueño. “Pero perdí el contacto con él, y ahora quiero acercarme a mis otros parientes. También, en la sociedad de hoy en día, ser bilingüe en verdad ayuda. Todos mis amigos hablan creole o japonés o español.” La abuela de estas hermanas, Betty Lou McGuire, también está en la clase, y las tres practican español juntas regularmente.
Ellas ejemplifican la fusión cultural que está ocurriendo en Roxbury. En las últimas décadas, el barrio predominantemente afroamericano ha experimentado la llegada de inmigrantes de Latinoamérica, el caribe y otros lugares. Un recorrido a través de la plaza Dudley, concurrido distrito comercial y centro del transporte público, es en sí mismo un estudio en la diversidad.
Un grupo de adolescentes conversan en un español salpicado de frases en inglés, a la espera del autobús. Un comerciante local de origen jamaiquino saluda a los clientes de su puesto mientras el reggae de su estéreo impulsa el ritmo a la plaza. En frente de One United Bank, sucursal de uno de los más grandes bancos de propiedad y administración afroamericana en el país, un grupo de hombres de edad avanzada se pone al día en los chismes más recientes.
“Creo que si más afroamericanos empiezan a aprender español y a conocer la cultura latina, y si los latinos aprenden más de la cultura afroamericana, algunas de las fricciones que han marcado esta relación podrían desaparecer.”
La clase es un prototipo de cómo el positivo aprendizaje intercultural puede funcionar. Los profesores son pacientes. Los estudiantes están motivados y hacen muchas preguntas particularmente sobre los países hispanohablantes que los profesores han visitado. Ellos quieren saber cómo se vive en esos países, y no sólo a través de libros. Al inicio de este año, Anderson propuso que todo el grupo fuera de viaje a Madrid, España para experimentar la cultura y el lenguaje de primera mano.

Estudiante de español Allen Farrar
Los estudiantes tomaron el desafío con entusiasmo. Desde mayo, han llevado a cabo eventos para recaudar fondos, en particular cenas al estilo bufet donde ofrecen pescado frito, costillas en barbacoa, tarta de durazno, batata confitada, y toda una serie de otros platos a los residentes locales a cambio de contribuciones para el viaje. Betty Lou McGuire, por si sola, donó boniatos, tres tartas de boniato, batata confitada y una tarta de duraznos. “Todo ello era celestial,” recuerda Anderson.
El viaje previsto añadirá una nueva dimensión a la clase. “El valor de ir a un país extranjero es conocer a otras personas—no sólo hablar un idioma extranjero, sino la posibilidad de entrar en contacto con otras personas,” dice Anderson.
Para aprender más de la cultura hispánica cerca de casa, la clase hace excursiones, como la reciente visita a Casa Romero en Back Bay, para tener una conferencia privada con el chef y dueño, Leo Romero, y además, disfrutar de una de las más básicas y placenteras formas de intercambio cultural: degustar comida. Romero hablaba de la auténtica comida mexicana mientras ellos probaban mole poblano, chiles y fajitas.
“Hay una idea equivocada en este país, motivada por la gente que habla de la comida Tex-mex; ellos piensan que todo es carne, queso y especias,” él dice. “Pero la comida no es tan picante en México.” Ellos ponen el chile y otros condimentos en la mesa, pero los cocineros no los ponen en gran proporción en la comida.
La enseñanza de Romero es sencilla—los malentendidos culturales se presentan en muchas formas, incluyendo las culinarias. La implicación de esta idea es que el mejor camino para corregir estos estereotipos es que la gente conozca las otras culturas más allá de la superficie.
Una Buena Vida

Jewelle Anderson
Un compromiso con la educación corre por las venas de Jewelle Anderson. Hija de un doctor y de una maestra, nació en Alexandria, Louisiana en 1932, en un momento en que los niños negros rara vez recibían una educación igualitaria. “Mi abuela era una de las primeras mujeres negras en Nueva Orleans en enseñar en las escuelas públicas,” ella recuerda. “Se da por sentado en mi familia que las mujeres sean profesoras de colegio. Mi pobre hermano era médico. Él no quería serlo, pero los hombres en la familia tenían que ser doctores o pertenecer a las fuerzas policiales. Esa era la forma en la que tenía que ser.”
El servicio público también era una tradición familiar. Anderson recuerda las tardes de domingo en que pasaba caminando con sus hermanos por el campo, detrás de su padre yendo de casa en casa. “Cada domingo después de la iglesia, mi padre tomaba su maletín y salíamos con él al campo a ayudar a la gente de escasos recursos,” ella comenta. “Él tocaba a la puerta y preguntaba: ¿hay alguien enfermo?”
Anderson resolvió orientarse al trabajo con los niños, como lo hizo su madre, su abuela y sus tías antes que ella. Ella trabajó por un largo tiempo con preescolares en el YWCA en la calle Clarendon, y enseñó historia, estudios sociales, arte y música en el sistema de educación pública de Boston a nivel primaria por 22 años, jubilándose en 2003.
“Yo quería ver el crecimiento de tenerlos aprendiendo sobre la cocina española, yendo a un país extranjero y viendo la vida social en un país extranjero.”
Su interés en la educación la llevó de vuelta al salón de clase a principios del año pasado, esta vez organizando las clases de español a través del Women’s Service Club. “Quería que esta fuera una clase divertida,” ella comenta. “Yo quería ver el crecimiento de tenerlos aprendiendo sobre la cocina española, yendo a un país extranjero y viendo la vida social en un país extranjero.”
Ahora su proyecto se ha convertido en una realidad, al crear un fructífera colaboración entre BU y el Women’s Service Club que soportan tanto a los estudiantes como a los maestros. El Chair del Departamento de Lenguas Romances, James Iffland, está comprometido a profundizar en esa colaboración. “Me gustaría realmente fortalecer esta relación, y reclutar a más estudiantes dispuestos a tomarse el tiempo para enseñar en Roxbury,” él dice. “Quiero asegurar que este programa continúe y se expanda. Parece ser un ajuste perfecto entre las necesidades de la comunidad de Boston y las capacidades de BU para ayudar.”